Distinguir perseverancia de terquedad

Distinguir perseverancia de terquedad

Este artículo hace ver que la perseverancia en la unidad de pareja impulsado por ambos o uno de sus miembro por pura voluntad -voluntarismo- no es amor y no tiene largo plazo, es un tipo de ego-egoísmo. Falta responder perseverancia ¿para qué? y ¿por qué? hay respuestas correctas e incorrectas.

Últimamente he vuelto a escuchar. Me he dedicado a dejar de escribir, tanto lo que publico en redes sociales, como lo que nunca ha llegado a ser publicado, y he estado escuchando atentamente. Estuve también viviendo… y bueno, han pasado los primeros meses de mi convivencia en pareja, así que con mayor razón he tenido que escuchar mucho. Cuando uno decide vivir con alguien se ponen a prueba la capacidad de coordinarse, la aceptación de la diferencia, la imposibilidad de ahora contar con el espacio que antes era “de uno”, exclusivamente propio que destinabas para ir a refugiarte cuando discutías con tu pareja; invitar a tus amigas a unas margaritas, o a tus amigos a unas cervezas y un partido de fútbol.

Cuando uno decide vivir con alguien vuelve y se pone en juego la perseverancia. Y hablando estos días y escuchando historias, he vuelto sobre la pregunta de la perseverancia y la terquedad, que en algún momento de mi vida significó un enigma como el del huevo y la gallina.

¿De qué se trata el amor?, ¿De qué se trata construir una pareja?, ¿Qué se necesita? Los abuelitos y hasta los padres como los míos con 33 años de casados dirán “perseverancia”, mucha perseverancia porque incluso casi que el nivel de ésta es el que va a demostrar nuestro nivel de compromiso. Si uno no lo hace bien a la primera no se abandona la pelea así de fácil, si esto es lo que uno quiere en la vida. Pero hay un punto, un límite, una delgada línea roja en la que podríamos preguntarnos si tanta perseverancia no es una terquedad desgastante y hasta estúpida. Vienen esos momentos en que uno dice, “pero esto debería estar fluyendo solo”, y se cae en una angustia y desesperación que a muchos nos termina llevando al psicólogo (así seamos psicólogos). Pues bien, me he dedicado a entender mucho más este punto, no sólo por mí, que siempre padecí de lo que yo he dado en llamar, una “intoxicante perseverancia”, algo que parecía muy virtuoso, pero luego se me convertía en una suerte de enfermedad sin cura, por no decir en una estupidez vergonzosa. Cuando terminaba relaciones después de tres o cuatro años de los cuales al menos dos fueron nocivos, me sentía desgastada y tenía esta sensación de frustración por el tiempo ido en discusiones y reconciliaciones, en silencios y llantos novelescos.

El amor estable debía ser otra cosa, pero yo no sabía cómo conseguirlo. ¿A cuántos no les pasó?, ¿A cuántos no les pasa? ¿Cuántas parejas, u hombres y mujeres, sufriendo de amor llegan a mi consulta y las de muchos otros psicoterapeutas sin saber dónde está el límite entre lo salvable y lo destinado al entierro? ¿Incluso cuántos de ellos, después de algunos años de separación y de vivir el duelo más doloroso de sus vidas debido a un divorcio, no se preguntan si algo se hubiera podido salvar de haber reaccionado de otra manera, de haber escuchado de otra manera, de haber leído las señales de otra manera…? Pues bien; muchos, demasiados, tal vez todos.

Leyendo sobre el asunto encontré las investigaciones de Gottman, afamado psicólogo a quien no puedo sino admirar por sus magníficas investigaciones que buscan cuantificar lo que pensaríamos como incuantificable probándolo con un número elevadísimo de parejas. Este autor en su artículo titulado “¿Por qué fracasan los matrimonios?” expone cómo puede predecir en 10 minutos de observar una pareja si ésta llegará al fracaso o no (y su investigación lo avala). Y encuentra una relación de 5 a 1 entre las interacciones positivas y negativas en las parejas que constituye esa delgada línea roja de la que les hablaba, pero de la que la mayoría de las parejas no es consciente. En su investigación con cientos de parejas filmadas, Gottman se da cuenta que cuando una pareja sobrepasa el límite de 5 interacciones positivas y una negativa, y por ejemplo se elevan las interacciones negativas, reduciéndose su distancia de las positivas, esa relación estará destinada al fracaso. Pero resulta que no sólo importa la frecuencia sino también el tipo. Gottman descubre que también importa si somos “peleadores compatibles” (clasificación que dejaré para otro artículo) y si entre nuestras peleas tenemos suficientes conversaciones armónicas, encuentros amorosos, sentimientos de conexión que ayuden a compensar y resolver el contenido de nuestras interacciones negativas, las cuales con gran facilidad e inercia se convierten en conversaciones de recriminación, reproche y descalificación del otro que generan respuestas cíclicas y cada vez mayores de la contraparte, que se incrementan hasta lo inaguantable, lo cual además pude confirmar en mi tesis de maestría sobre la relación entre la comunicación emocional y los problemas conyugales.

Es decir que, brevemente podríamos afirmar que si a la capacidad para generar interacciones positivas con el otro le llamamos perseverancia, (y tiene bien merecido el nombre, puesto que las interacciones positivas no surgen únicamente de generación espontánea como muchos creen), y la perseverancia es lo que permite que existan parejas duraderas, entonces la terquedad, que podríamos definirla como la dificultad metida en el centro de los dos integrantes de la relación que les obstaculiza generar interacciones positivas, o la dificultad para aceptar que éstas no se van a dar por más que intentemos, puesto que no somos “peleadores compatibles”) es lo que permite que existan parejas que se sumen en una sensación de fracaso prolongado.

Sin embargo, el asunto no se salda ahí únicamente, ¿qué podríamos decir de cuándo nos damos cuenta de que, aunque nunca peleamos y no tenemos interacciones negativas con nuestra pareja, cada uno quiere cosas sumamente diferentes en la vida, o es sumamente diferente al otro?, ¿Les ha pasado que en esos momentos creen que por el poder del amor espontáneamente y por obra de semejante hechizo, ambos se sincronizarán TODOS sus deseos sin ningún sentimiento de duda, reproche, resentimiento, y demás? Claro que pasa, aunque escuchado así comprendamos tal vez el absurdo implícito. ¿A qué nos lleva esta creencia romántica tan difundida en telenovelas y demás? A la creencia de que podemos y debemos, como parte de nuestro compromiso perseverante con el amor, hacer increíbles renuncias o generar increíbles cambios en mi compañera(o). Es decir, nos lleva al camino directo al fracaso, o como yo llamaba a mi enfermedad, a “la intoxicante perseverancia” que, si lo vemos bien, parece ser más una garantía de divorcio, una lucha de ego disimulada, y contiene un egoísmo bárbaro. En la historia de la humanidad, anteriormente era más fácil llevar a cabo estos egoísmos, pero hoy en día donde hombres y mujeres valoran su individualidad y construyen unos proyectos de vida muy acordes a sus deseos personales, sintiendo con mayor facilidad que tienen el control sobre su destino y que pueden divorciarse cuando les dé la gana, estos proyectos del “ego enamorado” no son tan posibles. Se intentan promesas de cambio que no se cumplen y mecanismos de control que terminan instituyendo “esposas/mamás” o “esposos/amos” y todo termina en una compleja separación.

Con el tiempo, escuchando, he comprendido que las parejas son sistemas vivos, y como todo sistema vivo, pueden morir y desintegrarse, y esta transformación puede ser incluso lo más positivo para cada uno. Dejar morir una relación tóxica es la oportunidad de utilizar tu tiempo y tu amor por ti mismo en la construcción de una perseverancia curadora, una perseverancia que lleve a la transformación de uno mismo, no del otro y que te otorgue relaciones tranquilas, plenas, que fluyan. En vez de estar buscando la media naranja, deberíamos buscar esa suerte de “peleador compatible” como potencial compañero de aventuras. Esta debería ser nuestra lucha más perseverante por el amor propio y a otro, amor entendido como el respeto y el cuidado de las emociones mías y de los demás. Por esto, la terquedad es, a mi modo de ver, un compañero más cercano del “ego” que del “nosotros”.

Por Emma Sánchez

Mg. Psicología Clínica

Fuente: https://emmasanchezblog.wordpress.com/2014/01/20/la-lucha-del-amor-entre-la-perseverancia-o-la-terquedad/     Ver <Más información>

Nota: Los párrafos en cursiva y el destacado con negrilla fueron incorporados por personal de la fundación.

0

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *