Conflictos de pareja y conflictos sexuales
Este articulo clasifica y describe a las parejas con problemas según el tipo de disfuncionalidad comunicacional y como esto repercute en conflictos sexuales. Complementa y fundamente lo expuesto en el mensaje.
Cuando dos personas que llevan un tiempo de relación preferentemente de coexistencia, cohabitación y convivencia, mantienen un lazo amoroso y un proyecto común, constituyen una pareja. Estas personas, independientemente de la opción sexual (homo-hetero) que hayan elegido, desarrollan un sistema que va creando sus propias leyes independientes y paralelas a las leyes de funcionamiento de la estructura individual y tienen, por tanto, una dinámica particular con tiempos de relación afín, que van creando una identidad común, además de la individual ya existente. Estos son los aspectos que permiten conocer si hay bases reales en la relación, pues el antes, el durante y el después de la convivencia son momentos diferentes.
Partiendo de estos conceptos, encontramos dos tipos de pareja: la “pareja soltera” y la pareja familiar. En la pareja soltera están las personas que cohabitan en ese sistema. La pareja familiar se forma cuando se crea una familia, que es uno de los objetivos en el proceso de desarrollo de algunas parejas, por lo cual, sigue habiendo una relación de dos, y a su alrededor van habiendo satélites, interferencias con otros sistemas, que son los niños de esa familia.
El sistema de la pareja soltera es diferente al de la pareja con familia. Es frecuente que los conflictos de pareja aumenten en una proporción muy elevada a partir de tener el primer o segundo hijo. Se habla de que este momento es la prueba de fuego, aunque antiguamente recomendaban -y aún algunos psiquiatras lo hacen- que las parejas en conflicto tuvieran algún hijo que otro. Así no habría tiempo para entrar en contacto con el conflicto, pero esta no es una solución, al contrario, es pasar el conflicto a tres o a cuatro.
Lo cierto es que es una prueba de fuego para la relación de pareja porque la atención que exige el cuidado de un niño o de una niña, con una atención mínima, en un sistema social como este que da muy poca o ninguna facilidad para la crianza de los hijos, permite que se destapen más los conflictos que pueden estar latentes en la pareja como son los que están vinculados a la comunicación, a disidencia en tareas cotidianas, al deseo y a la sexualidad, por lo cual, el riesgo de una crisis más aguda es mayor en cuando empiezan a plantearse los hijos.
También es cierto que durante un tiempo las parejas con hijos están distraídas, así que, en principio, pueden apaciguarse los conflictos porque se supone que están teniendo un objetivo común. Muchas parejas frenan su sensación de crisis porque empiezan a tener esa sensación de identidad colectiva y se fortalece una cierta identidad familiar; entonces de pronto los conflictos de pareja se diluyen pues hay unos focos de primera necesidad que atender que son los niños. Pero ocurre que con el tiempo uno y otro recuerda que es algo más que padre o madre y se da cuenta que la relación de pareja se ha diluido.
Es interesante ver que muchas parejas llegan a terapia cuando se agudiza la crisis, cuando al cabo de un tiempo la distracción de los niños ya no sirve porque la identidad de pareja vuelve a retomarse antes o después. Ya no hay que cambiar pañales, dar el pecho, estar pendiente de si se cae o no se cae, y de pronto las dos personas se miran una a la otra de frente y se dan cuenta que están juntos todavía, de que el otro está ahí, durmiendo a su lado, y sienten el contacto después del tiempo de distracción.
Una pareja soltera que tiene esa identidad más a flor de piel tiene más tiempo, pero cuando se crea un sistema familiar hay tres identidades: la individual, la de pareja y la identidad como familia. Hay que tomar en cuenta que la identidad familiar es más temporal que la de pareja, porque, teóricamente, acaba cuando los niños ya tienen independencia. En la identidad de pareja el tiempo está determinado por lo que dure esa relación amorosa y por lo que las dos personas se planteen; entonces, en principio, el tiempo objetivo va acorde con la longevidad de cada sistema.
CONFLICTOS DE PAREJA
En general, los conflictos y las crisis en las parejas se pueden introducir en los siguientes cuatro apartados:
Un problema crucial y básico, es el de la comunicación
El manejo de las pulsiones. El convivir con la agresividad, la timidez, las vergüenzas, los conflictos de autoridad de cada uno.
Conflicto de deseo. La sexualidad es una pulsión, pero el deseo es un capítulo diferente en los conflictos de pareja.
Conflictos vinculados a las tareas de lo cotidiano, a la compatibilidad de caracteres y a los proyectos, comunes o individuales.
Sin embargo, no todas las parejas son iguales. Con la visión del diagnóstico estructural (DIDE), desde el que partimos para hacer las evaluaciones, tanto individuales como de sistemas, podríamos hablar de tres tipos de pareja con ciertas diferencias básicas, especialmente en lo que se refiere al núcleo. El núcleo de un sistema está en la base estructural y ésta es la suma de los dos individuos que la crean, partiendo de que lo que aproxima a esas dos personas es la relación, el impulso amoroso, aunque lo que mantiene esta convivencia sean otros aspectos porque se ponen en marcha mecanismos patógenos como consecuencia de la propia ontología del núcleo y de los individuos que forman la pareja.
PAREJA SIMBIÓTICA
En esta unión y convivencia las dos estructuras individuales se van fagocitando de manera que se pierde la identidad individual, existiendo y permaneciendo solamente la del sistema. Hay una gran dependencia de una persona con la otra; prácticamente todo lo que hace uno tiene que pasar por el beneplácito del otro y viceversa; la sensación de soledad es insoportable, no se toleran espacios vacíos, y la responsabilidad pasa a ser prácticamente compartida del todo. Por tanto, llevan la dinámica cotidiana de una manera muy compartida, muy común y prácticamente son uno. Estas parejas pueden ser eternas, se acaban cuando la estructura de uno de los miembros muere, se enferma o tiene algún problema. De hecho, viven conflictos muy fuertes en los duelos pues la persona que queda viva no puede soportar el dolor de la pérdida porque el proceso simbiótico hace que prácticamente el alma sea compartida. Hay un alma y dos cuerpos.
Llegan a consulta en situaciones de duelo o en las que aparece una crisis generalmente causada por factores externos, por los satélites que forman el sistema familiar, como puede ser algún problema de los hijos. En situación extrema cuando alguno de los dos fallece o desaparece, o porque plantea el divorcio, debido generalmente a que aparece una tercera persona más fagocitante todavía que la anterior. En este tipo de personas existen más conflictos de familia que de pareja porque al existir un núcleo tan simbiótico todo lo que hay alrededor se pierde y esto incluye a los hijos, pues no entran en el núcleo, no hay un sistema compartido. El riesgo de conflictos importantes de los hijos se debe a que no se crea un vínculo ni hay interacción, y no tienen energía o disposición para romper esta dinámica.
PAREJA NUCLEAR
Si en la pareja simbiótica veíamos un núcleo aquí vemos dos en el que cada uno lleva una dinámica particular, o bien con los hijos, o bien con la vida social, siempre muy amplia. Es la pareja que cohabita, pero en la que no hay contacto; se pierde -si es que se tuvo alguna vez- el “estar con”, la sensación de complicidad, de enamoramiento, de participación, pero se sigue coexistiendo y podríamos decir que cada uno lleva vidas paralelas conviviendo dentro del sistema; surgen conflictos de comunicación, pulsiones, deseo, o proyectos, pero tienen mucho empeño en dar la imagen de que todo va bien. Entrar en contacto con su disociación los llevaría a la crisis inmediata, entonces intentan mantener el sistema familiar a toda costa apoyándose en él y convirtiéndolo en un objetivo de logro: la educación de los hijos, los objetivos sociales, el bienestar, etc. Para cubrir las necesidades del sistema y al tiempo las de las estructuras individuales, se mantienen esas dobles vidas. Ahí entran los/as amantes, las distracciones, los proyectos con otras personas y se vive una coexistencia sin núcleo, creándose pequeños subsistemas dentro del sistema familiar, como son las complicidades y simpatías entre los miembros.
PAREJA ADAPTATIVA
Estas parejas son más consientes de las crisis, porque tienen una identidad individual y conciencia de sí mismos, pero también desean una identidad de pareja. Sienten necesidad de vivir el deseo con su compañero, la comunicación, las pulsiones, la vida cotidiana. Es decir, hay una elección. Como son las que más entran en contacto con el conflicto, también entran más en crisis, aunque esto no significa que sean las parejas más críticas -porque conflictos tienen todas- pero este es el más vistoso y también el que más aparece en terapia.
La comunicación en este tipo de pareja está vinculada a lo emocional y muchas veces se relaciona con momentos de agresividad, insatisfacción y queja. Esto no es negativo ni positivo, sino una situación que a su vez nos está mostrando la realidad social que vivimos.
RIESGOS DE LAS ESTRUCTURAS DE PAREJA
Podríamos hablar de un tipo de pareja con un funcionamiento expansivo, es decir, dos personas con una confluencia y una relación amorosa, independencia y realidad propias, que participan, comunican al otro las relaciones individuales, que crecen juntos, y al mismo tiempo tienen proyectos comunes en los que participan abiertamente respetando las diferencias, con deseo sexual, comunicación, manejo de pulsiones basados en el respeto y la tolerancia, es decir, la suma de los elementos positivos de las tres parejas que acabamos de describir. Hacia la salud se tiende conociendo la patología, los límites, y aceptando la realidad, porque hay que partir de lo que hay, sin pretender partir de un ideal, lo cual es muy peligroso. Trabajamos en la prevención de los sistemas familiares para que los hijos, que son los que primero están en la periferia, tengan una atención suficiente, afectos y emocionalidad adecuados, porque así el día de mañana, cuando estén en el núcleo actuarán de una forma más abierta y amorosa.
Simbiótica
Junto a la aparente ventaja que tiene la situación simbiótica fagocitante, en la que hay una sensación de gran contacto y comunicación, y donde el uno es para el otro total, el gran riesgo que se produce es que esa simbiosis esté basada en el dominio. Es la relación de tipo sadomasoquista que se da en algunas parejas en las que se llegan a producir los malos tratos, la violencia doméstica, la sensación de completa nulidad de uno de los dos miembros. La relación amorosa se convierte en una relación de poder donde, sobretodo la mujer, vive un nivel de sufrimiento, soledad y dependencia, sometida por el hombre, y sin embargo constantemente lo justifica y mantiene la estabilidad de esa situación. Es decir, se hace cómplice porque es mayor la necesidad que tiene de su contacto y de la permanencia con él, que todo el daño que sufre. Son personas que han perdido, o les han secuestrado el alma, porque participan ocultando la realidad de esta violencia.
Generalmente uno de los dos, que suele ser el hombre, niega que haya un conflicto y piensa que todo se debe al estrés, al trabajo, o a la presión, y además tiene el arte de convencer y, automáticamente, de calmar la ansiedad apaciguando la sensación de cuestionamiento que temporalmente esa mujer se plantea. Por eso es tan difícil que ella salga de ese secuestro, porque se crea el síndrome de Estocolmo, es decir, participa, avala y defiende al secuestrador, se hace cómplice de él porque ha creado una situación simbiótica, ha perdido su identidad y la ha transformado en identidad de la pareja. No es nada si no está con él, no hay nadie más en el mundo que él. Eso significa que ha habido un proceso de alteración perceptiva, cognitiva, emocional e individual previamente pero que curiosamente se produce a partir de la creación del sistema de pareja. Algo les ocurre a esas personas que dentro del sistema de pareja, “enloquecen” y entran en la sensación de ceguera y dependencia mutua completa.
Recordemos que en la pareja se reproducen roles, dinámicas pulsionales, de comunicación, que están condicionadas por el sistema familiar vivido con antelación, incluso, no ya solo por el sistema familiar, sino por algo más irracional, inconsciente arcaico que son los condicionantes vinculados al primer sistema de pareja: la diada con la madre, pareja funcional simbiótica muy fuerte. Lo acontecido con esta relación influye en el sentir después a las parejas posteriores; de hecho, podemos partir de la base de que precisamente las parejas simbióticas no perciben al otro o la otra como alguien real, sino que viven la imagen idealizada de la madre. A quien buscan, con quien quieren estar, con quien sienten que están, con quien viven la compensación cotidiana de aquello que no han tenido, es con esa madre, y experimentan el anhelo, la nostalgia de ese pecho perdido, de ese contacto no tenido, de ese calor, de esa sensación de afecto, de fusión, de piel. Entonces alguien pasa a ser la imagen de esa figura y automáticamente es secuestrada por ese atrapamiento energético que convierte a las personas actuales de la pareja en una reproducción de la diada madre-bebé, donde uno hace de madre. Esa necesidad es tan grande que cualquiera que representa esto, automática e inconscientemente se ve atrapado, pues partimos de la base -antes de Freud ya existía el concepto de inconsciente- que no solo nuestra voluntad es dueña de la realidad. Más allá de nuestros actos y de nuestras acciones volitivas existe un condicionante del inconsciente, que es la suma de insatisfacciones, frustraciones, heridas, huellas y cicatrices, que no acaban de cerrarse, vividas en momentos históricos donde nuestra necesidad de afecto es muy grande y que se dan dentro del sistema familiar, tomando en cuenta que primero estamos en la periferia de un sistema y luego pasamos a ser núcleo de la pareja. En el caso de este sistema familiar, en el cual los hijos se pierden por falta de contacto con el núcleo, en el momento en que alguien entra en contacto con ellos se fagocitan. A partir de ahí se puede crear esa pareja tan particular, o también la típica pareja adaptativa, que conocemos más frecuente.
Nuclear
La relación de convivencia se convierte en una relación de intercambio de intereses, se rutiniza la vida, los años van pasando alrededor de alguien a quien no deja y tampoco crea otro sistema por intereses vinculados a ideologías, economías, pulsiones. A veces son pactos verbalizados, no necesariamente es una dinámica hipócrita o cínica. Hay pulsiones muy particulares que les mantienen, pero donde no hay contacto, comunicación ni proyecto; hay soledad, rutina, monotonía y vacío compartido que es lo que caracteriza a este tipo de pareja. Otro riesgo es que va creando existencialmente una sensación de descenso fuerte de autoestima y va corroyendo la identidad individual; aparte de eso, pasan los años y esos intereses que estaban manteniendo la dinámica del sistema empiezan a no ser tan palpables ni tan necesarios, o empiezan a ser más necesarios otros porque la edad también modifica la percepción y va creando cambios existenciales, por lo que las necesidades van cambiando.
Llegan a la consulta con la sensación de no saber qué pasa, no estar a gusto, pelear mucho, no estar juntos, discursos que constantemente estamos escuchando; sin embargo, cuando entran en contacto con la realidad del tiempo se dan cuenta que el conflicto viene de veinte o quince años atrás y que ya no tienen las posibilidades que hubieran tenido de crear un nuevo sistema; el pánico consigue que vuelvan a cerrarse y a seguir su vida intentando que no pase nada, es decir, no solo no quieren plantearse el cambio, sino que ni siquiera aceptan que se les nombre el fantasma de la separación. Por ese miedo no cambian su relación, pues significaría mirar al otro, la realidad de la pareja y del sistema, y si lo miran muy de cerca puede pasar que esa realidad sea irreversible porque con ese tiempo rutinario, de vacío, se ha perdido -si lo ha habido una vez- el elemento inicial que vincula a dos personas, que es el impulso amoroso. Entonces el enamoramiento pasa a ser otra fantasía, pues ha desaparecido completamente, máxime cuando por el camino ha existido algún encuentro con otra persona en el que han podido recordar lo que es estar enamorado, aunque sean dos días, pero saben que con quien están ya no existe esa posibilidad. Recordemos que la sexualidad es un espacio íntimo, no social: hay deseos y se elige cómo satisfacerlos, y una de las funciones de la pareja es ésta, por lo cual, el compartir la sexualidad fuera de la pareja significa socializar una función intimista, y esto está indicando que a nivel de núcleo hay una cierta insatisfacción o falta de identidad.
A pesar de todo, los miembros de la pareja nuclear permanecen, y cada vez es más difícil plantearse la crisis y el contacto con la realidad. Para mantener esa situación de vacío, de convivencia en la rutinización, es necesario que las estructuras individuales tiendan a la evitación del contacto con la realidad, pues si no fuera así, sería imposible mantener esta situación. Tienden a estar más en lo social, en la actividad, que en las dinámicas y necesidades internas, vitales y emocionales. Esto se proyecta al otro y lo que es un funcionamiento individual pasa a ser un funcionamiento de pareja. Con el tiempo esos intereses van creando un sistema muy rígido que a su vez va haciendo perder posibilidades individuales y el planteamiento de la crisis es mayor y más complicado. Por eso las rupturas que se crean aquí pueden darse, no por la terapia, en donde es difícil que haya una resolución, sino cuando se introduce un tercero, es decir, cuando la nueva persona tiene más posibilidades de combinar intereses que con la pareja actual. Automáticamente y de forma visceral, brusca y rápida plantea la separación y la otra persona se queda en blanco. En el fondo no hay una separación sino una modificación del sistema, es decir, se deja a uno para seguir en la misma dinámica con otro, solo que puede ser más interesante, por lo que tenga de más o de menos. En el fondo, se justifican las cosas para no sufrirlas.
Adaptativa
El riesgo de la pareja adaptativa es que continuamente está en conflicto, porque tiene un nivel de comunicación en el que hay pulsiones, deseo, tareas compartidas y proyectos. En mayor o menor medida están todos los elementos que conforman una pareja y hay también una relación amorosa, pero hay estructuras con caracteres diferentes donde se proyectan automáticamente las patologías, las neurosis y cada uno tiene su propia coraza, su propia estructura y su propio fuero interno, consecuente a su vez con la historia vivida que cada cual ha ido integrando.
Los sistemas sociales suelen ser “espacios basura” y los “basureros principales” son los sistemas donde la posibilidad de castigo ante el conflicto, de punición o consecuencias graves ante la expresión o ante la descarga es menor. Por ejemplo, el trabajo puede ser un basurero clandestino en el que se descargan indirectamente las pulsiones y el sistema familiar es, generalmente, el que recoge el monto de basura que las personas no pueden descargar completamente allí. La descarga entonces se da mediante el conflicto y la sexualidad y así se va manteniendo el sistema. Son parejas que conviven en ese ambiente porque tienen un carácter que les lleva a tener una mayor expresión, a no conformarse con la sensación de vacío, no pueden acostumbrarse a no mantener comunicación, pero no saben tampoco cómo hacer para manejar esto porque va más allá de ellos y por mucho que se den cuenta, no pueden hacerlo. Entonces van cerrándose y creando una dinámica de incomunicación, se van aislando, dejando de participar y va dejando de haber una expresión del mundo interno de cada uno. Esa emergencia de pulsiones puede ir a más, sobretodo mediante la agresividad, aumentando también la posibilidad de salgan, hacia los hijos, los conflictos con los amigos, con el trabajo, etc. Puede haber también una dispersión del deseo que empieza a difuminarse, con lo cual la insatisfacción y la agresividad aumentan y, por tanto, la crisis y el conflicto también, vinculados a veces a la incompatibilidad de proyectos: están juntos y sienten que no hay una continuidad, sino incompatibilidad de proyectos, y eso repercute en todo lo demás.
Si estas parejas acuden a un espacio terapéutico, tienen un pronóstico más interesante que las otras. El problema es que piensan que solos pueden resolver este tipo de problemas, pero lo cierto es que cuando un sistema entra en crisis y ésta es progresiva y permanente, es común que aparezcan más defensas. Las personas se apoyan en el narcisismo y piensan que lo que dicen, piensan y ven es lo adecuado porque la autoestima o el yo está por encima del yo del otro. Entonces es cuando tiene sentido que haya un tercero(a), que puede estar en el espacio de asistencia en los conflictos de pareja, en la terapia de pareja, en la psicoterapia, etc.
Si no pasa mucho tiempo, la conciencia de la crisis puede ser interesante porque facilita la conciencia de aquellos aspectos que no tienen que ver con la realidad presente de su convivencia, ni con la realidad de las particularidades de cada uno, sino que son características que confluyen en ellos, condicionantes con un cierto predominio de las historias pasadas, vividas en sus familias históricas, como ya he descrito en la pareja simbiótica.
Entonces, a la canalización de pulsiones y frustraciones de lo cotidiano se suma el estrés consecuencia del elemento inconsciente histórico, que se descarga sobre la persona con la que se vive y se desplaza a ella. La pareja pasa a ser la figura donde se reproducen muchos de los aspectos de los roles históricos, familiares, y como consecuencia de esto, pasan cosas que no entendemos si no es desde la óptica de lo inconsciente, que solo podemos ver en un espacio donde se maneje esa dinámica, donde se traduzca ese lenguaje del inconsciente que es el espacio terapéutico. Si conseguimos entender cuáles son los elementos que confluyen en la cotidianidad de la pareja y que no forman parte de lo actual, a través de la asistencia a la pareja, muchas veces las dos personas empiezan a entenderse mejor porque conocen más de su inconsciente y lo interesante es que se empiezan a conocer más el uno al otro, tanto en lo cotidiano, como en aquellos aspectos que ni siquiera ellos mismos conocían, pero que al otro no le son del todo ajenos, porque, sabemos que es mucho más fácil ver la conducta y el conflicto del otro que verse a uno mismo. Precisamente el espejo es el espacio terapéutico, y empiezan a darse cuenta de que hay ciertas dinámicas que afectan la pareja y que provocan esos tipos de conflictos y de crisis.
En algunos casos, aun cuando se haya perdido el deseo, puede seguir habiendo bienestar, comunicación, complicidad, desarrollo y crecimiento común, y es ahí cuando se plantea si ese deseo perdido se debe a algún aspecto que no se controla. De hecho, muchas veces la pareja recupera el deseo perdido, porque puede tener que ver con un problema de comunicación o de evitación de pulsiones, que la pareja se ha ido inhibiendo y reprimiendo.
La separación es el último recurso, aunque afortunadamente tenemos siempre la posibilidad de morir. Antes de eso se intenta permanecer, no por masoquismo sino porque puede ser parte del proceso de crecimiento, pero lo que cuenta es la cotidianidad, y lo que está claro es que por el miedo a perder se muere, impidiendo y privando la posibilidad de que los dos encuentren un camino más satisfactorio. En última instancia puede ocurrir que esos conflictos que se ven más claros en el espacio terapéutico sean irresolubles, pues realmente hay una distancia, una diferencia, y una sensación de insatisfacción irreversible. En este caso se asume la temporalidad de la relación, una separación amical -en comparación con las separaciones tan destructivas, que a menudo se viven como un eje de descarga- con todas las consecuencias que pueda tener para los hijos. Sea cual sea la consecuencia, al decidir enfrentar el conflicto, la crisis y la separación se pueden ver positivamente, como un proceso de crecimiento y desarrollo de la individualidad, y en algunos casos, como hemos visto, en el propio desarrollo del sistema. Entonces la terapia de familia y, en este caso de pareja, es también un espacio de prevención de las dinámicas de aquellos que más indefensos están, que son los hijos y las hijas, porque todo lo que pasa en el núcleo está repercutiendo en ellos.
TRASTORNOS SEXUALES: EVALUACIÓN Y TRATAMIENTO
Una de las conclusiones a las que he llegado en la práctica clínica, es que solamente se puede hablar de trastorno sexual, con una definición y con una identidad clara del término, cuando hay una pareja con la que se está conviviendo y viviendo ese tipo de trastorno.
Trastornos sexuales no son trastornos genitales. Por ejemplo, en el caso de un hombre que no tiene erección cuando le gustaría, no podríamos hablar de un trastorno sexual, pues si fuera así significaría que está viviendo un trastorno en la sexualidad, que va mucho más allá de lo físico. Pero si hay una relación amorosa, en la que se siente bien, su pareja le afecta, hay convivencia, comunicación, deseo, proyectos, etc., y hay una incapacidad de erección al tener relaciones sexuales, evidentemente hay un trastorno de impotencia sexual. En una situación de dispareunia, cuando a la mujer le duele la vagina al tener relaciones sexuales, tendríamos que ver lo está diciendo el cuerpo con este síntoma. A veces son conflictos de pareja, o síntomas que existían antes de vivir la relación, y que se van cronificando y manteniendo con la pareja actual. Por lo tanto, la evolución de ese conflicto va muy a la par con la resolución de conflictos de pareja.
Imaginemos la falta de deseo, lo que se conoce como falta de libido, tanto en el hombre como en la mujer. En los últimos tiempos es más frecuente la disminución del deseo en el hombre y parecen ser las mujeres las más dispuestas; curiosamente, muchas parejas que vienen a sesión lo hacen porque el hombre ha perdido el deseo. Hace 15 o 20 años venían hombres quejándose de que la mujer había perdido el deseo, ahora vienen diciendo que la mujer opina que tiene problemas. Desde la filosofía o la sociología podemos suponer que las dinámicas familiares y los roles han cambiado, y la mujer ha aumentado su identidad femenina y humana; tiene mayor capacidad de expresión y asentamiento de su realidad, agresividad, reivindicación. El hombre, por el contrario, está perdiendo su espacio con lo cual hay una cierta crisis de identidad masculina pues ya no sirve la dinámica machista, el poder se está cuestionando, afortunadamente y el hombre no tiene aún otro modelo de actuación; el miedo a la mujer se está evidenciando más, pues antes se ocultaba con el desprecio, que ya no sirve porque la mujer se defiende, aunque hay quienes continúan en la misma dinámica, por desgracia. El hombre tampoco quiere esa posición, pero al no conocer otra, se defiende con un cierto replegamiento de afectos y se oculta, se bloquea, se cierra.
Lo que está claro es que la razón por lo que la persona consulta a un terapeuta viene de la dinámica de pareja y que el trastorno se puede evidenciar y solucionar mucho mejor allí. También es cierto que a veces se detecta un conflicto sexual individual vinculado a procesos propios, por ejemplo a la culpabilidad sexual, a un sadismo encubierto muy fuerte hacia el hombre o hacia la mujer, a una situación neuromuscular de bloqueo pélvico que impide una apertura, un vaginismo extremo en la mujer, o una eyaculación precoz en el hombre, que muchas veces tiene que ver con una contención del sadismo.
Por esto, generalmente los conflictos sexuales se resuelven trabajando a la par en terapia individual y en terapia de pareja, con terapeutas distintos. El terapeuta de pareja tiene una relación específica con su paciente, y hay otro terapeuta que observa la dinámica de pareja, trabajando así en equipo. Es el diagnóstico el que nos indica cuándo el conflicto sexual tiene que ver específicamente con una experiencia individual traumática, de abusos sexuales, infantiles, de una relación con la madre particular, de una represión sexual muy grande, etc., que solamente se puede resolver en terapia individual, o cuando se debe a un conflicto de pareja porque hay una rutinización, un camuflaje de pulsiones, en que se evita la sexualidad, porque si se viviera, se viviría también el afecto, la comunicación y aspectos que se quieren evitar, reprimiendo el deseo y apartándose.
La asistencia terapéutica, a partir del diagnóstico estructural, nos va a dar la pista de si estos trastornos tienen que tratarse individualmente, por ejemplo en Psicoterapia Breve, o si exige algo más, porque los trastornos sexuales a veces están hablando de conflictos de personalidad importantes, serios, que exigen tratamiento global, trascendiendo el síntoma, pues la sexualidad es muchas veces la consecuencia de problemáticas psicosomáticas específicas. Entonces, se irá definiendo la necesidad de un trabajo de pareja, o el trabajo compartido de terapia individual y de pareja.
Fuente: http://www.cop.es/colegiados/pv00141/pareja_conflictos.htm Ver <Más información>
Nota: Los párrafos en cursiva fueron incorporados por personal de la fundación